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¿Qué fue del viejo sabio de la tribu?
«El joven técnico ha sustituido hoy al viejo sabio. Manda quién tiene más información, y la gente de cierta edad se ha quedado al margen, porque la información corre por otros cauces y por aparatos que no saben manejar»
Hace un tiempo nos aseguraba lo mismo una experimentada maestra que decía eludir el empleo de TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación) puesto que sus alumnos le aventajaban demasiado en ello y le harían sacar los colores. Y eso le producía un cierto sentimiento de inferioridad.
El magnífico artículo de Jordi Soler, cuyas primeras palabras reproducimos al inicio, habla de esa ventaja del joven frente al viejo. «Dos docenas de viejos atendían las perlas informáticas que soltaba, con gran desparpajo, un joven [empleado de Apple] que debía tener la misma edad que los nietos de los viejos que lo escuchaban, que intentaban aprender los rudimentos de los ordenadores, cosas simples como enviar mails o husmear en Google o apuntarse a una red social. Hasta hace muy poco era el joven el que tenía que esforzarse para estar a la altura de la sabiduría del viejo, y hoy ocurre precisamente lo contrario, los viejos tienen que esforzarse para estar a la altura de los jóvenes, se acercan con un temor reverencial, casi religioso, a ordenadores y tabletas…»
Pero la juventud siempre fue osada. El «salto generacional […] de proporciones insondables» no puede estar en el desparpajo del joven. Diríamos que la novedad está en esa cabeza gacha de la persona mayor. ¿De verdad creemos que la sabiduría del anciano puede ser sustituida por Google? Sería como decir que no necesitamos de jueces puesto que ya tenemos a nuestro alcance todas las leyes. ¿Sirve de algo tener las llaves de la Biblioteca de Babel si no se sabe cómo buscar el libro elegido?
Las tecnologías de la comunicación conforman hoy en día un panorama en ebullición, sumido en una evolución frenética en el que las novedades se suceden a velocidad pasmosa. Hasta para los jóvenes supone un esfuerzo mantenerse al corriente de la última novedad, el último programa, la última tendencia o red social. Por este motivo la aproximación al uso de estas tecnologías a través de cursos de formación que se centran únicamente en el manejo de las «herramientas» (los programas o entornos informáticos) están abocados a quedar desfasados y provocar desmotivación.
Mario Viché, que acuñó el concepto ciberanimación nos ofrece una aproximación más abordable para las personas mayores. Para él no hay distinción entre el mundo digital y el mundo real: detrás de las páginas web, las redes sociales o los chats sólo hay personas que quieren comunicarse, igual que en cualquier plaza o en cualquier bar. La mejor manera de aprender a moverse en estas nuevas «plazas» es empezar sabiendo qué se quiere conseguir. Con un objetivo claro (encontrar gente que comparta mi afición a los sellos, conocer las iglesias románicas de una provincia, rastrear mi árbol genealógico o saber más de rutas senderistas por la sierra) podremos detectar qué herramientas necesitamos, y aprender a usarlas (como lo que son, herramientas, y no un fin en sí mismo). Puede parecer un matiz, ya que al final tendremos que aprender habilidades similares, pero el modo de abordar la cuestión favorece mucho más la motivación y la autoestima poniendo en valor los conocimientos que el mayor ya tiene, en lugar de los que le faltan.
Decía Kapuscinski que «el hombre contemporáneo no se preocupa por su memoria individual porque vive rodeado de memoria almacenada. […] Depósitos interminables de palabras, sonidos y cuadros, en las casas, en los almacenes, en los sótanos y en las buhardillas. Si es niño, la maestra se lo dirá todo en la escuela, si es estudiante de universidad se lo dirá el profesor».
«Hoy manda quien tiene más información», dice Soler. Vivimos en un mundo que sin duda sobrevalora lo cuantitativo frente a lo cualitativo. Así, la memoria selectiva, el criterio, el pensamiento crítico del que tiene experiencia se desprecia frente al que tiene la llave de un almacén más grande de recuerdos (aunque no sean propios). Y el viejo agacha la cabeza…
Pero el viejo que mira boquiabierto en la tienda de Apple sabe mejor que el joven empleado qué quiere lograr con su dispositivo móvil, cuáles son sus necesidades, qué quiere lograr con esta tecnología en su propia vida. Y la vieja maestra sabe mejor que su experto alumno en videojuegos qué conocimientos o competencias quiere transmitir a los estudiantes. El joven técnico «tiene la información» pero no tiene criterio. El viejo sí lo tiene. ¿Por qué no levantamos la cabeza unos, agachamos la oreja otros y trabajamos juntos?
Pincha aquí para leer el artículo completo «El nuevo líder de la tribu», de Jordi Soler.
El derecho a una imagen real de las personas mayores
Hemos comentado en otras ocasiones sobre los estereotipos que aplicamos a los mayores (incluso los «viejos activos»), y la propia visión de la edad y la consiguiente renuncia a «parecer» mayor.
¿Por qué insistimos en esa «imagen» que la sociedad y los propios mayores hacen de personas de cierta edad? Creemos que para una verdadera inclusión de las personas mayores es importante que la percepción de la vejez sea realista. Y sin embargo en nuestro imaginario colectivo se asocia edad con discapacidad y dependencia, algo que ocurre en realidad en una parte minoritaria de presonas mayores.
En el magnífico informe de la periodista Loles Díaz Aledo «La imagen de las personas mayores en los medios de comunicación«, se describe esta imagen distorsionada y sus consecuencias devastadoras: «En una sociedad que considera rasgos característicos de las personas mayores la edad, las arrugas, la falta de valor social, la improductividad cuando no la inutilidad, las enfermedades, la dependencia, la soledad… la vejez no puede producir otra cosa que rechazo.»
El resultado es que a la par que la sociedad rechaza la vejez y olvida el valor de esas personas como tales, las personas mayores han asumido en cierta medida esa imagen y se devalúan ellas mismas, generando, como dice Díaz Aledo, un sentimiento de inutilidad íntimamente ligado a una pérdida de autoestima, dignidad y sentido de la propia vida. La peor de las imágenes de los mayores es aquella que hace de ellas personas pasivas, meros receptores de ayudas.
En este artículo, Enrique Ponzón, reivindica «el derecho a una imagen real», que implica por ejemplo «evitar imágenes peyorativas de la vejez», de las que estamos absolutamente bombardeados en los contenidos informativos y publicitarios y «destacar el peso del grupo social de las personas mayores como fuerza política estimulando a la participación y al compromiso social de las mismas».
Es absolutamente imprescindible reivindicar una imagen real de las personas mayores, dejando a un lado el edadismo, el paternalismo. Esto se ha de realizar desde los medios de comunicación (incluidos los online como éste) pero también por parte de las propias personas mayores.
¿Habrá que pasar, como otras éticas de la igualdad, por fases con discriminación positiva? ¿Hay que exagerar el valor de las personas mayores para que ellas se den cuenta de lo que valen, para que el resto crea en ellas?
Algunos opinan que en este mundo de la imagen en que vivimos hay que crear una imagen de la persona mayor alejada de los tópicos, y más realista. Otros piensan que habría que exagerar esa imagen y hacerla atractiva:
Un ejemplo, la campaña de Dove de hace unos años. Se centraba en la propia imagen corporal. «la belleza como fuente de confianza». En fin, era publicidad y se trataba de vender cremas.
Qué distinto de la mirada serena y digna de los retratos de personas centenarias tomados por Karsten Thormaehlen, presentadas con el objetivo de “disminuir los temores de las personas de convertirse en adultos». O las fotografías de vida cotidiana de María Cadavieco publicadas en «Los mayores«.
Este verano nuestro amigo José Luis Buenache, de Siena Asociación Cooperativa nos descubrió un par de ejemplos actuales sobre esa imagen del «nuevo viejo»: dos spots publicitarios que (¡por fin!) hablan de actitudes, de jubilados abiertos a nuevas posibilidades.
El de Ikea cuenta una historia que bien ilustra cómo salir de esa «zona de confort» que impide crecer, «Empezando Algo Nuevo» que impulsa a otra experiencia y a otra… haciendo del protagonista alguien más autónomo y verdaderamente libre:
El anuncio es interesante y marca un hito en la imagen publicitaria de las personas mayores, pero nos deja una pequeña espinita: ¿no podía haber compartido algo de esa vida con los amigos? El segundo anuncio, de Cash Converters, se centra precisamente en ese aspecto, la amistad: ¿es que hay edad para montar un grupo de rock? Ahí van las «Segundas Oportunidades«:
¿Exageran estas dos nuevas imágenes? Creemos que son metáforas de actitudes que sí son reales. De las imágenes y palabras, como decía Ponzón, «se proyectan conceptos y desde estos se conforman las actitudes, es decir, las formas de pensar, de sentir y de actuar del conjunto de los grupos sociales». Como parece que «los mayores están de moda», esperamos seguir observando (y al tiempo fomentando) imágenes y palabras acordes con esa ética de la igualdad (¡todos somos personas con valor como tales!) que están en la base de nuestra actividad como asociación.
Mi (buena) vida a los 50
Buscamos razones, causas y efectos para todo lo que hacemos. Nuestro sentido pragmático nos hace preguntarnos por qué vivir en un senior cohousing (jubilar) … «si todavía estoy bien».
Y ahí está la gran falacia: suponemos que un modelo residencial de mayores está relacionado con una cierta dosis de dependencia. El error es más que normal. Proviene de los estereotipos que nos van marcando desde la publicidad, los medios de comunicación, las películas…
Ayer un niño de 5 años me habla de «viejos». Le pregunto si sus abuelos lo son. «No», dice rotundamente. (Sus abuelos tienen 68 a 75 años). ¿Y qué es un viejo para ti? La respuesta inmediata: «Alguien que tiene el pelo blanco y usa bastón».
Lo tenemos interiorizado. Parece que uno no puede irse a un jubilar hasta que no haya clareado su pelambrera y definitivamente requiera de algo o alguien en quien apoyarse… Hoy desde Jubilares queremos dar razones para el que se plantee esto de vivir en un jubilar o senior cohousing, más allá de la clásica (ha de ser clásica, conocemos tantos casos…) conversación de bar en el que nos preguntamos ¿y si nos jubilamos juntos los amigos?
El más joven de los habitantes de Trabensol, como nos contaban ayer en el El País, tiene 67 años. Pero comenzaron esta empresa hace más de diez años. En otros países comienzan a plantearse esta forma de vida en la cincuentena. Aquí estamos empezando a asumir ese modelo del «50+»: La feria de mayores de Plusesmas se llamaba Vivir50plus. Nuestras amigas Anja Hoffmann y Ulrike Wehr proponen su modelo de cohousing llamado habitat 50 plus. La «comunidad de la experiencia» de las redes sociales se denomina post55… A los 50 hemos vivido la mitad de la vida adulta (echen la cuenta). Nos queda otra mitad por delante. Así que ahí tenemos una primera razón para replantearse la vida: qué quiero para mi segunda mitad de la vida.
Otra razón tiene que ver con nuestra situación familiar. Tirando de estadísticas, por supuesto: en la cincuentena es cuando vemos a nuestros hijos pasar a formar parte del mundo adulto. Y a nuestros padres encanecer y quizá empezar a usar bastón… Mirando a unos y otros quizá es un momento en que muchos pensamos «yo no querré ser una carga para mis hijos». «Yo quiero ser autónomo cuando sea mayor».
Así pues, la prevención es un motor real para involucrarse en un proyecto como el que planteamos desde nuestra asociación. La anticipación por lo que pueda venir: estaré incluido en una comunidad que me va a servir de soporte para los momentos de debilidad. Esta prevención es la que a los 50 nos hace dejar de fumar y cambiar hábitos de vida para que sean más saludables.
Pero no es la única razón. Diríamos que ni siquiera es la más importante. Y tampoco recomendable: no se trata de vivir como no queremos en previsión de un futuro que no conocemos. No es (tan solo) una alternativa a la residencia de mayores. Vivir en un jubilar es una oportunidad para una vida más plena, con diversión y con sentido, también cuando todavía no somos «viejos»: la participación en un entorno comunitario donde tengo algo que aportar (eso no tiene edad); la posibilidad de compartir experiencias, objetos, actividades o espacios, la multitud de posibilidades que se abre al vivir con amigos, las iniciativas que yo solo no me atrevería a comenzar, pero en grupo nos resulta fácil… La profesora de música cuenta con un espacio propio para impartir sus clases o dar conciertos. En su propia casa. La privacidad que se quiera. La comunidad que se quiera. La enfermera aún en activo sale de su casa por las mañanas y queda su marido, ahora en paro, trabajando en el taller común para lanzar su próximo proyecto en una feria de artesanía… A media mañana se acerca al apartamento de su suegra a ayudarle en las tareas domésticas que más le cuestan. ¿Todo ello requiere de una edad determinada?
¿Hay que esperar a peinar canas y usar bastón para tener esta vida?