Etiquetado: investigación
La curva de la felicidad
¿Cómo cambia la percepción de la felicidad según la edad?

Percepción de satisfacción frente a la edad (Jasson Cruz y Julián Torres, estudio de satisfacción en Colombia, 2003) superpuesto a «Las edades de la mujer» (ilustración de 1900, de Gustav May Söhne). Elaboración: Jubilares 2013
Solíamos creer que mejoramos con la edad hasta los 40 años, y de ahí todo en picado…
Son varios los estudios que en los últimos tiempos desmienten esta teoría. El grado de felicidad subjetiva se mide con encuestas. Y éstas arrojan un resultado como el del dibujo que hemos preparado: a una edad entre los 40 y 50 años se encuentra el punto más bajo en el grado de satisfacción. Más feliz cuanto más joven; también al envejecer.
Este patrón en forma de U de la felicidad a lo largo de la vida, como dice Tali Sharot, en el artículo de BBC Mundo «La felicidad evoluciona según la edad«, ha sido observado en todo el mundo, desde Suiza hasta Ecuador, Rumanía y China. Se ha documentado en más de 70 países, encuestando a más de 500.000 personas, en países desarrollados y en desarrollo.
Otras referencias que hemos encontrado sobre ello: hace unos días en el blog de Eldersarea leíamos sobre los estudios de Laura Carstensen, directora del Centro de Longevidad de la Universidad de Stanford. En «New Approaches to Housing for the Second Half of Life», Andreas Huber fija en 44 la edad de mayor infelicidad de los europeos y 42 años en las europeas (resultado de una encuesta sobre medio millón de personas). Hemos encontrado un resultado similar en el estudio de Jasson Cruz y Julián Torres «¿De qué depende la satisfacción subjetiva de los colombianos?» (2003).
La felicidad personal en el futuro de cada uno no se puede garantizar, depende de muchos factores, internos y externos. Pero las encuestas sí nos ayudan a continuar eliminando tópicos acerca de la etapa de mayor, que entre muchas oportunidades, parece que nos reserva, con alta probabilidad, una buena dosis de felicidad.
Los riesgos de la soledad
Dice la noticia que hemos leido estos días que sentirse solo, no necesariamente estar o vivir solo, está vinculado a un mayor riesgo de desarrollar demencia en la vejez, según concluye una investigación publicada en ‘Journal of Neurology, Neurosurgery & Psychiatry’.
Desde hace tiempo se sabe que hay varios factores que están relacionados con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer, como edad, condiciones médicas subyacentes, genes, deterioro cognitivo y depresión. Los autores* destacan que los impactos potenciales de la soledad y el aislamiento social, definido como vivir solo, no tener pareja o tener pocos amigos e interacción social, no se habían estudiado de forma importante.
Según estos expertos, esto es potencialmente importante, dado el envejecimiento de la población y el creciente número de hogares unipersonales. Por ello, realizaron un seguimiento de la salud y el bienestar a largo plazo de más de 2.000 personas sin signos de demencia y que vivían forma independiente durante tres años.
Todos los participantes formaban parte del Estudio de la Tercera Edad en Ámsterdam (AMSTEL), que está analizando los factores de riesgo que inducen a la depresión, la demencia y tasas más altas de mortalidad que las esperadas entre las personas mayores.
Al final de este período, la salud mental y el bienestar de todos los participantes se evaluó mediante una serie de pruebas validadas. También se les preguntó acerca de su salud física, su capacidad para llevar a cabo las tareas rutinarias diarias y específicamente se les preguntó si se sentían solos, además se probar si tenían formalmente signos de demencia.
Al comienzo del período de seguimiento, un 46% vivían solos, siendo alrededor de tres de cada cuatro quienes dijeron que no tenían apoyo social y uno de cada cinco los que se sentían solos. Entre los que vivían solos, un 9,3% había desarrollado demencia al cabo de tres años, en comparación con el 5,6% de los que vivían con más gente.
De los que dijeron que se sentían solos, más del doble habían desarrollado demencia al cabo de tres años, en comparación con aquellos que no creen estar solos (13,4 por ciento frente a 5,7 por ciento). Un análisis posterior mostró que los que vivían solos o que ya no estaban casados tenían entre un 70 y un 80 por ciento más de probabilidades de desarrollar demencia que los que vivían con otros o que se casaron.
“Estos resultados sugieren que los sentimientos de soledad contribuyen de manera independiente en el riesgo de demencia en la vejez”, escriben los autores. A su juicio, lo “interesante” es el hecho de que“sentirse solo” en lugar de “estar solo” se asoció con la aparición de demencia, lo que sugiere que no es la situación objetiva, sino, más bien, la percepción de ausencia de lazos sociales que aumentan el riesgo de declive cognitivo.
Así, los investigadores alertan de que la soledad puede afectar a la cognición y la memoria como resultado de la pérdida de uso regular y que la soledad que podría ser en sí misma un signo de demencia emergente y/o bien ser una reacción de comportamiento para el deterioro cognitivo o un marcador de cambios celulares en el cerebro no detectados.
* Tjalling Jan Holwerda, Dorly J H Deeg, Aartjan T F Beekman,Theo G van Tilburg, Max L Stek,Cees Jonker,Robert A Schoevers